sábado, 15 de julio de 2017

The Twilight Zone (1959) - Temporada 1 (II)


Creador: Rod Serling

¡Y nevó! Desperté, miré por la ventana y vi los autos cubiertos de nieve; los techos de las casas, los árboles, el piso... Ya había nevado un par de veces antes en Santiago, no con la misma intensidad (creo), pero no en la comuna en donde vivo, y aunque tampoco era mucha nieve, menos a la hora en que desperté, cuando el fuerte sol del amanecer ya comenzaba a derretir el manto blanco de la ciudad (y eso que en la madrugada llovió con fuerza, sonoro viento incluido), debo decir que me causó una indescriptible satisfacción. No alcanzó para hacer un hombre de nieve, pero sí para hacer bolas de nieve... que lancé a la pared, por supuesto, miren que comprobé que la nieve junta no es tan suave como parece; de hecho, bien apretada en tus manos, la bola queda durísima, casi como piedra, así que ¿para qué lanzar semejante proyectil a otra persona? En fin, ¿será descabellado pensar que pueda haber otra nevada?, digo, aún falta agosto, y ese mes sí que es helado. De todas formas, con lo bonita que fue la mañana, qué se puede hacer con un sábado tan ruidoso como los demás: no pude ver ninguna película. Afortunadamente, tengo otros cuatro episodios de la primera temporada de "The Twilight Zone (versión del '59)" que comentar, ¡sí señor!

Walking Distance


Director: Robert Stevens

Con diferencia, el mejor episodio que he visto hasta el momento y, por ende, uno de mis favoritos.
"Walking Distance" me confirma que "The Twilight Zone" no es solamente una serie de historias sobrenaturales, de historias con giros sorprendentes, de historias fantasmales y espaciales o qué sé yo.
"Walking Distance" utiliza el elemento sobrenatural como base para una poderosa experiencia poética e introspectiva, bella y sublime, mágica e hipnótica, simbólica y surreal. Una historia muy bergmaniana: me ha recordado a "Fresas salvajes", aunque podría estar un poco equivocado (hace más de cinco años que vi la película del maestro sueco, podría estar basándome en una interpretación aderezada por el paso del tiempo, así como estos recuerdos que difieren de los verdaderos acontecimientos). Lo cierto es que la escena del carrusel me ha parecido una auténtica joya, una maravilla bergmaniana. Esta atmósfera irreal, onírica, deslumbrante... 
Un hombre llega a una bencinera. Viene de la ciudad. Sucio, hastiado. El pueblo en donde nació y creció, el pueblo que alberga sus recuerdos de infancia, no se halla muy lejos. Decide visitarlo. Nada ha cambiado, todo parece ser igual. Demasiado. ¿Podría ser, literalmente, el mismo pueblo de su infancia?
Nostalgia. La juventud perdida. El pasado, el presente. 
Será mejor que lo disfruten, que lo descubran, que lo sientan ustedes mismos.
Imprescindible.

Escape Clause


Director: Mitchell Leisen

La moraleja de "Escape Clause" podría ser "ten cuidado con lo que deseas", "un gran poder conlleva una gran responsabilidad", "en la vida siempre cosechas lo que siembras", "nunca comas nieve amarilla", entre otras tantas que, básicamente, sostengan que no hay que ser un maldito estúpido, de lo contrario lo pasarás mal.
En lo concreto, "Escape Clause" busca ser una comedia negra e irónica en la que un hipocondríaco narcisista y ególatra es bendecido con el don de la inmortalidad por el mismísimo amo de las tinieblas, eso sí, a cambio de su alma. Este episodio no es tan conceptual como pudiera parecer; todo lo contrario, es simplemente una jugarreta en la que el protagonista decide utilizar su poder para el beneficio personal más inútil y banal: causar accidentes para recaudar el dinero de las aseguradoras, aunque el tipo pronto se aburre, idea un plan para ridiculizar a la silla eléctrica y el tiro le sale por la culata. Supongo que de verdad la gracia era mostrar lo que un estúpido haría con un don tan prometedor como la inmortalidad (¿por qué no disfrutar del arte, de la cultura, del placentero contacto humano?), pero es que con tan interesante premisa van y eligen el camino menos interesante, entretenido e ingenioso.
Una idea terriblemente desaprovechada, y me sorprende un poco que el director, Mitchell Leisen, sea el mismo del cuarto maravilloso episodio, aquel en donde Ida Lupino interpreta a una decadente actriz obsesionada con sus años más esplendorosos.

The Lonely


Director: Jack Smight

El título del episodio podría sugerir de manera rotunda cuál es el tema central del argumento, no obstante, el mismo se permite tratar variedad de temas sin elegir ninguno como estandarte narrativo. Lo de la soledad es un contexto, yo diría, la base para lo que sigue. ¿El  contexto? En el futuro, a los presos los mandan a cumplir sus condenas a otros planetas; planetas deshabitados, inhóspitos, sin vida, en donde vivirán en confinamiento solitario... uno bastante irónico: no será una habitación de un par de metros cuadrados, ¿pero es que un planeta de miles de kilómetros cuadrados de pura arena y una mugrosa casa de lata en mitad de la nada es mejor? En principio, "The Lonely" reitera los temas sustanciales y dramáticos del piloto, "Where is Everybody?", amén de un protagonista completamente solo cuya estabilidad mental se irá deteriorando al verse asfixiado por el vacío, por la falta de contacto humano, de afecto, etc. ¿Lo que sigue? Al preso le llega un regalo: una robot femenina de la que se enamorará tanto que llegará a decir que es una mujer, una mujer humana, abriendo la puerta a temas como la inteligencia artificial; la pregunta de si los sentimientos son meramente humanos, si entes artificiales pueden desarrollar y experimentar amor, tristeza, felicidad; la moral humana, el ¿valor, los derechos? de una máquina; y ya que estamos, reflexiones sobre la naturaleza del amor, de la cordura y qué tan de la mano van ambos asuntos.
Un episodio correcto, efectivo, al cual se le puede achacar ser demasiado breve para los temas que aborda de manera tan fugaz. En realidad, "The Lonely" puede funcionar más como una fuente de reflexiones y planteamientos filosóficos o existenciales (¿y científicos, tecnológicos?) que un relato verdaderamente bien hecho, pues, en estricto rigor, ¿qué nos cuenta este episodio? ¿La decadencia de un hombre?, ¿el dilema moral del mismo sujeto?, ¿una historia de amor imposible? Y por supuesto, tampoco ahonda mucho en los ardientes temas mencionados.
Pero de que se puede ver, sí, se puede ver.
¡Oh! No deja de ser interesante, pero es que tampoco se decide a dar un golpe definitivo: el que mucho abarca poco aprieta, dicen.

Time Enough at Last


Director: John Brahm


Este episodio va sufriendo unas mutaciones bastante inesperadas. Comienza siendo una amena comedia en donde el protagonista es un bonachón cajero de banco cuya gran pasión es la lectura, la cual, no obstante, no puede satisfacer de la manera que a él le gustaría, al encontrarse en un mundo frío y gris, un mundo dominado por la superfluidad y el analfabetismo generalizado. El caso es que a nuestro pobre protagonista le impiden leer en el trabajo, en su casa (la esposa le raya las páginas de un libro de poesía, por dios, ¡y luego lo despedaza!), y, considerando el tono, todo parece indicar que estaremos ante un relato fantástico, una historia que nos sumerja en la magia de la lectura, de las historias, a través de un hombre ansioso por disfrutar de su pasión, de su enfermedad incurable, dispuesto a escapar de la manera que sea.
Sin embargo, el argumento da un brusco giro... y por partida doble: narrativamente, hacia otro género; sustancialmente, se tiñe de un carácter y un desencanto hondamente nihilista, pesimista, que no deja espacio a la esperanza (y que por un momento reincide en el tema de la soledad, al igual que en "Where is Everybody?" y "The Lonely", con un personaje asaltado por la desesperación, urgido por encontrar algo que insufle sentido al vacío en que se halla atrapado), y si en algún momento da la impresión que la moraleja apuntará a que unos cuantos versos pueden hacer resplandecer un paisaje lleno de escombros o que un buen libro puede ser la salvación no sólo de un hombre, sino que de la misma civilización, el guión de Serling nos asesta uno de los finales más absurdamente crueles (o cruelmente absurdos), y por ende desoladores y desalentadores que haya visto últimamente. Y es que la lección final no deja dudas: la sed (auto)destructiva del hombre, de alguna u otra manera, sepultará toda huella de belleza alguna vez construida.
Una condena.

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