jueves, 26 de mayo de 2016

Gandahar - 1988


Director: René Laloux

Me saco la barba y me comienza a dar frío de verdad. Igual es entretenido y, por último, me veo mejor. Como sea, "Gandahar" es la última película de René Laloux, y de paso, es la entrada número 700 de este blog, es decir, el número de la suerte multiplicado por cien, o sea, mucha mucha suerte y buen augurio. Queda poco para las 1000 entradas, desde ya están abiertas las apuestas: ¿en qué mes, en qué día, llegará el milésimo post? No se apuren, pero no se duerman en los laureles. Volviendo con Laloux, el hombre no volvió a dirigir otra película más (aunque fue acreditado como guionista en un trabajo del '98) y murió de un ataque al corazón el año 2004. Ya que estamos, en un día como hoy, 26 de mayo, nació uno de los más grandes: John Wayne.


Gandahar es un planeta pacífico en donde todo es sana armonía. Por desgracia, de repente los habitantes comienzan a ser atacados y asesinados, y los que quedan vivos mandan al mejor de ellos para encontrar a los malos y enfrentarlos.


Más allá del excelente entramado argumental, las grandes observaciones surgen de la amplia y rica mitología creada para la ocasión, perfectamente parte del mismo universo de "La planète sauvage", "Les maitres du temps" y los cortometrajes previos de Leloux. En todo caso, no estamos ante una de esas películas que sufren una terrible e irrevocable disonancia entre su discurso o sustancia y su argumento o discurrir narrativo, que es lo que le pasa a, por ejemplo, el Cronenberg de "Crimes of the future". Sobra decirlo, la ejecución visual, cinematográfica, está íntimamente ligada a las dos entidades nombradas. La obra de Leloux se caracteriza por su potente integridad y coherencia artística. El fin de mi primer apunte es señalar que Leloux invita a la reflexión con sus historias, no al mero entretenimiento o la alevosa evasión. Algunas películas destacan moderadamente por su bien relatada trama, pero "Gandahar" (y el resto de la filmografía de Leloux) brilla por sus excelentes argumentos, toda la historia que se halla detrás y mucho, mucho más. El director sabe que el cine es mucho más que argumento.
"Gandahar" llega a meterse con el peliagudo tema de las paradojas y viajes temporales, y de una manera un tanto extraña aunque ciertamente interesante, pero lo que importa, insisto, es el mundo descrito y retratado, la gran variedad con que nos encontramos en los modestos pero precisos ochenta minutos. La introducción del film nos muestra a varias personas (así por ponerlo en palabras simples) viviendo su vida de lo más bien, sin ningún trauma ni apuro, en completa sintonía con la naturaleza, hasta que, claro, sucede lo inevitable: llega la muerte, la guerra, la destrucción de la paz, de ese perfecto estado casi utópico. Quienes siembran el caos son una legión de robots metálicos y negros que lanzan rayos, quienes parecen obedecer a una entidad inteligente que es pura mente y nada de cuerpo. ¿Por qué lo hace, cuál es el motivo detrás? Laloux nos vuelve a sumergir en una alegoría sobre la represión de las instituciones y lo peligrosamente solapados que pueden  llegar a ser los fascismos (una frase, una idea en apariencia inocua esconde un gran, malsano y corrosivo poder), en aras de mostrar las bondades de la tolerancia y la coexistencia, de la verdadera libertad, esa cosa tan fácil de manipular y engañar. Vale la pena señalar que Leloux no es ningún iluso: el tipo sabe que la vida es dura y que en el mundo hay depredadores, pero su tesis apunta a que el hombre no debe ser uno de ellos, más aún considerando su "altura" y "desarrollo" moral, ético. Sin embargo, guerras estallan y cadáveres llueven, y todo es obra y gracia del hombre mismo, de su obra, de su cuerpo, de su codicia, de su maldad, de su soledad, de su tristeza... La única solución, como bien se inquiere en "Les temps morts", no es más violencia sino más diálogo, más autocrítica e introspección. Los hechos del film pueden parecen contradictorios con lo que acabo de decir, pero oigan, estamos ante una alegoría; a todas luces la batalla debe desarrollarse dialécticamente, mediante el poder de las ideas y de la palabra, entre la bondad del hombre y sus bajos instintos. No hay que irse a las manos, por favor...
A estas alturas del partido no hace falta interpretar (más) la trama ni analizar o describir la solvencia del guión o de la ejecución cinematográfica (tremendas imágenes); a estas alturas sabemos que Leloux apuesta por una experiencia sensorial, subjetiva, contemplativa, en donde el gran motor narrativo es el viaje por nuestro interior y por todo cuanto nos rodea. Es observar y sentir el tiempo, el espacio, el Otro...
René Leloux tiene una filmografía modesta pero inmensa e intensamente coherente, feroz e insobornable; una obra profundamente personal e íntima, de gran valor simbólico, pero a la vez genuinamente universal, intemporal e imperecedera. Quizás estemos ante una de las filmografías más fuertes, significativas y poderosas que se puedan encontrar, no sólo en el cine de animación sino que en el cine en general. Una verdadera lástima que no haya hecho más cortos y largos, pero por otro lado, tremendo lo que nos ha dejado. Hay que ver y agradecer, y volver a ver...

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