jueves, 7 de enero de 2016

Intruder in the dust - 1949


Director: Clarence Brown

  Hace un par de días comentaba la primera temporada de "American Crime", que trataba, en palabras simples, sobre el racismo. La serie me gustó aunque su discurso, superficial y obsecuente y cobarde, era otra historia. Como recordé que entre mis archivos se encuentra "Intruder in the dust", que también posiciona al racismo como eje central, pensé que sería bueno verla para, primero, ver una buena película, y segundo, comprobar mi idea de que el filme de Clarence Brown (quien además de dirigirla también fue el principal productor, ergo, su implicación parece incuestionable) verdaderamente reflexiona en torno a cómo los "americanos" se relacionan entre sí, y más importante, que el racismo es mucho más profundo y horrible que el solo acto discriminador (que de por sí es deleznable) y que no se cura con un aislado acto conciliador.


  En un pequeño pueblo estadounidense, semi-rural, un hombre blanco ha sido asesinado, y al parecer no es cualquier hombre blanco sino alguien cuya familia es capaz de aglomerar un importante número de personas para la causa que les plazca. El acusado es un hombre negro, y desde luego, lo primero que se pide es la horca, pero un par de personas intentarán encontrar la verdad que se esconde tras esta caprichosa acusación.



  Acá hay racismo hasta la médula, un racismo mucho más incrustado en la sociedad (en la pequeña sociedad de la ciudad que alberga el agitado conflicto) de lo que se puede extraer de los numerosos "el negro esto, el negro aquello" e intentos de linchamiento, o básicamente cualquier comportamiento visible que denote desdén hacia los negros por el solo hecho de ser negros. También está el racismo escondido y solapado, uno que late sin escándalo pero con igual fuerza, y el director, Brown, apunta directamente a él: una sociedad no será menos racista porque encarcelen a los idiotas que anden matando gente (negros, latinos, chinos, etc.) porque sí, pues ello es la manifestación de algo más profundo y poderoso.
  El acusado es un hombre negro de gran tamaño, orgulloso y terco y que, como tal, no se va a amilanar ante cualquier blanco que se crea superior, lo que genera anticuerpos en los blancos más notoriamente racistas. El protagonista es un joven blanco que tiene una atípica (e inusual, supongo) amistad con el acusado, lazo que le impide pensar que sea un asesino, aunque tampoco cesen las sospechas. El acusado pide que su abogado sea el tío del protagonista, un hombre que acepta a regañadientes y que no cree palabra alguna de su cliente, pues da por hecho que mató al hombre blanco por la espalda, como dicen los testigos. El abogado no actúa como un racista, no anda diciendo que los negros son esto o aquello, pero, al igual que el resto de no-racistas-en-apariencia, en el fondo sí lo es, pues piensa que el acusado es culpable porque es negro, lo que debe significar que es un delincuente o algo así, que tiene la barbarie en la sangre. Y luego suelta joyas como "no voy a desenterrar el cuerpo de la víctima para salvar a un negro, preferiría decirle a la familia que voy a desenterrarlo para buscar oro". Racista de primera línea, también racista furtivo. Hasta el protagonista es un racista furtivo con exabruptos de racista de tomo y lomo. Demonios, incluso aunque la ciudad entera quisiera linchar al acusado bajo el argumento de que eso se hace con los culpables, ¡la única prueba en que se basan es que el acusado es negro! En fin, no me extenderé en los pormenores del relato, sino en que el mismo no sólo descansa en la búsqueda de la verdad (¿quién mató al hombre blanco, si no fue el negro?), pues también es un conflicto dialéctico que busca enrostrar a la sociedad su vergüenza: que en el fondo sí es racista, no importa cuán correcta e inclusiva aparente ser. Desde luego, por el camino nos daremos cuenta de que tomar en cuenta el color de la piel para sacar conclusiones sobre cualquier cosa (especialmente moral) es una soberana estupidez y que lo que importan son los hechos y no los prejuicios. Clarence Brown busca entender a la persona, blanca o negra o lo que sea, pero entenderla y analizarla y criticarla (con argumentos, claro). En otras palabras, el gran logro de Brown es hacer una película sobre el racismo sin sobreexplotar el tema del racismo, sin manosearlo tanto que al rato pierda su impacto y su fuerza. "Intruder in the dust" también es una película sobre la verdadera justicia y la esperanza de que hayan personas que busquen justicia sin importar qué, aunque se diferencien a los más puros de corazón de los ya ahogados en prejuicios (como el tío, que aunque aceptara ser el abogado del acusado no dejaba de lado sus ideas racistas, y que por más que más tarde se haga el humilde y el que aprendió la lección, no cambiará su visión).
  Y he acá la diferencia entre "Intruder in the dust" y el discurso que Ridley impone en "American Crime": la primera tiene como objetivo adentrarse en el espíritu de una sociedad (sin dejar de lado los efectos más visibles, particulares o generales, que provoca un crimen) con un fin ulteriormente constructivo, por su parte, la segunda simplemente busca sacar conclusiones baratas y sesgadas a partir de los efectos y/o consecuencias que el mismo creador maneja a antojo (¡!), sin reflexionar ni dialogar realmente con la sociedad, el presente o lo que sea (y el resto de reproches quedaron bien apuntados en su respectiva entrada). Por último, Brown no busca culpar a quien sea (usualmente el blanco más fácil y para las miradas más miopes, o si no pregúntenle a John Ridley) mientras que ya-saben-quién sí lo hace.
  Para despedirme, resta decir que formalmente la película es notable, tiene una fotografía excelente y cuenta con numerosos momentos de tensión así como de contenida belleza. Si pueden acceder a ella, no duden en verla.


No hay comentarios. :

Publicar un comentario

Vamos, dime algo, así no me vuelvo loco...

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...