lunes, 1 de junio de 2015

My way home - 1978


Director: Bill Douglas

  Abrimos el mes de junio con el cierre de la trilogía autobiográfica de Bill Douglas. No es que esté muy emocionado, en todo caso, pues luego de la primera parte, la mejor, parta una triste y patética debacle cinematográfica que este cierre no logra compensar ni salvar. Es más largo, tiene más presupuesto, y "cuenta" más cosas, pero adolece de los mismos problemas de "My ain folk", pero llevados al insoportable extremo: una total falta de honestidad, y de ahí en adelante, una tediosa ejecución que podría hacer que Douglas se sienta bien consigo mismo como autor y cineasta por exorcizar sus demonios o dolores, pero que no satisface en lo absoluto al espectador, que sólo ve un montón de exagerados problemas y desavenencias de un niño solitario y sumido en la más completa precariedad, lo que, a pesar de tanto artificio y disimulada grandilocuencia, no transmite absolutamente nada. A estas alturas Douglas se queda sin mensaje, pero filma a tontas y a locas como si estuviera deleitándonos con la gran cosa. Un tipo cegado por el éxito, qué otra cosa se puede decir.


  El niño Jamie ha sido transferido a un orfanato, o esos lugares donde admiten niños sin padres -ya sea porque estén muertos o, simplemente, no tengan las facultades para ser padres-, y no lo pasa muy bien, no porque sea víctima de maltratos o algo así, sino porque simplemente se aburre y ve su vida irse por el drenaje, o eso cree él -a veces son tan dramáticos los niños y adolescentes-. Entre lugares y lugares, al parecer el chico irá encontrando su lugar en el mundo. Bravo.


  "My way home" es una idea desgastada, sin nada nuevo que aportar a lo iniciado en "My childhood", mucho más sencilla que su conclusión, pero por lo mismo mucho más potente. Me explico: "My childhood" era la digna y personal representación de un estado de las cosas, o quizás una percepción de lo mismo, expresado a través de un interesante y acertado uso del lenguaje cinematográfico, en el que tanto los escasos diálogos y omnipresentes "silencios" como el pesimista blanco y negro no sólo manifestaban la soledad in situ del protagonista, sino que además constituían una visión, en ese presente, del futuro que se cierne sobre él: inhóspito y gris, pero ojo, no el futuro de Jamie exclusivamente, sino un futuro vago y general que bien podría ser el de Jamie así como el de cualquier otro niño que vive en un pueblo cuyas fronteras no sólo son un límite y separación geográfica, sino que temporal: estás atrapado ahora y siempre.
  En aquella primera entrega Douglas no contaba nada, ni tampoco pretendía hacerlo, simplemente nos situaba en aquel impreciso y atemporal lugar, mucho más profundo que el espacio tangible y físico. Ciertamente el retrato de un paisaje inasible e inefable, en este caso entendiendo "la palabra" por "la escena" o "el arco argumental", elementos incapaces de captar lo que Douglas quería transmitir: una experiencia que apela a la recepción espiritual y no necesariamente a la cognitiva, la matemática y precisa. Por eso "My childhood" funcionaba por completo, trascendiendo incluso sus ya advertidos errores que a estas alturas quedaron sin pulir, pues no se quería explicar con peras y manzanas -como si el espectador fuera un tonto y un ciego- lo que sencillamente no se puede explicar en términos formales y prácticos; en cambio, en "My ain folk" así como en "My way home", Douglas pretende dar una especie de explicación argumental en primera instancia -dando a entender el porqué de las distintas estancias de Jamie-, y ulteriormente una descripción emocional de su sufrimiento, llenando "la (su) historia" de personajes que mueren, se van o tratan mal al protagonista, olvidando que lo mejor que hizo era poner en imágenes un sentir que trasciende toda época o lugar, y no reducir el drama a un solo chico: él mismo, lo que resulta tan triste como patético. Si hasta podría leerse a "My way home" como una especie de "ja, ja, yo gané: soy un director famoso", un canto arrogante y victorioso más que la expresión artística del pasado, la memoria y la desolación. Es fácil cantar victoria cuando la desesperanza ya no existe y en cambio te rodeas de éxito, y he acá el gran problema: Douglas se encanta con su propia figura a la que ensalza de cualidades y sufrimientos que no le pertenecen de manera exclusiva, pero que así lo piensa. Por eso olvida la esencia de su obra, lo trascendente. Si antes veíamos la vida y lucha de un ser anónimo, ahora vemos "la historia" de un rebelde con nombre y apellido que triunfa a pesar de todos sus problemas: qué inspirador, Douglas es un héroe.
  En fin, nada funciona en "My way home": ni su insustancial e infructuoso intento de argumento, un simple collage de malos recuerdos unidos a la rápida y sin una idea coherente de fondo más que la pérfida y vacía autocompasión, ni mucho menos la supuesta visión de Douglas, que ha pasado de una honesta reflexión sobre la humanidad en "My childhood" a una autocomplacencia que banaliza todos los postulados de aquella primera cinta. Y como ya he dicho, el relato no invita mucho a mantener la atención o el interés intactos, pues nada sucede y lo que vemos es una oda a la vacuidad. Esto de la narrativa no se le da a Douglas, y sus imágenes ya han perdido toda pulsión subyacente: no hay atmósfera, sólo anodinia en el aire. Pero bueno, ya no tengo ganas de seguir, espero que haya quedado todo más o menos claro -a veces me cuesta entenderme las pocas veces que me atrevo a releer una de mis entradas-: vean "My childhood" y no más, pues las dos siguientes no tienen nada que aportar en ningún aspecto ni sentido, y eso que la primera tampoco es una obra maestra o una joya, pero al menos era una cinta con principios, coherencia interna y notable ejecución.
  Así es la vida: alguien triunfa, olvida de dónde viene y cómo llegó -puede que Douglas lo haya filmado, sí, pero recuerda los hechos y no lo que trasciende de los mismos, que no es el protagonismo del chico y sus caídas-, y luego se erige como un héroe moral disfrazando de arte un cúmulo de despropósitos exagerados e inconexos, y pero peor, ególatras. Al olvido.

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