martes, 12 de mayo de 2015

Un 32 août sur terre - 1998


Director: Denis Villeneuve

  Que Denis Villeneuve es uno de los directores jóvenes más destacados de la actualidad no debería ser sorpresa para nadie, especialmente si le echamos una mirada a su filmografía, la que cuenta con verdaderas y deslumbrantes joyas como "Polytechnique" o "Enemy", además de un futuro que luce promisorio -por decir poco y de manera cautelosa-, con el anunciado rodaje de la secuela de "Blade Runner" o la inminente "Sicario". Así, no hace falta seguir explicando el porqué uno quiere ver las primeras películas de tan fascinante director, uno que no se dedica a poner la cámara ahí donde "mejor se ve", sino que de verdad busca y potencia las bondades del rico lenguaje cinematográfico, de la imagen fílmica. "Un 32 août sur terre", que vendría siendo Un 32 de agosto en la tierra, es la opera prima de Villeneuve y la contundente prueba de que ya desde sus inicios el director canadiense tiene un gran dominio del lenguaje, pero por sobre todo, una personalidad e identidad únicas y sólidas a la hora de filmar. Con ello, no es de extrañar que la presente película sea tan encantadora y diferente, peculiar.


  Simone es una modelo que tiene un accidente en su auto, no obstante, sale viva y sólo con un par de rasguños. Descolocada y desorientada, aparentemente golpeada por una revelación personal y vital, decide tomar las riendas de su vida en lo que al parecer es lo más importante para ella: el amor.


  Esta película no es una historia de amor propiamente tal, o por lo menos no comienza siguiendo las convenciones narrativas de ningún tipo de género; de hecho, "Un 32 août sur terre" es una cosa totalmente atípica se mire por donde se mire, especialmente durante sus primeros 10-15 minutos, de lo más inclasificable que he visto en el último tiempo -y lo digo como elogio, pues no podía sentirme más interesado y atrapado por el misterio de no saber nada-, todo lo cual nos lleva a la temprana conclusión de que la opera prima de Villeneuve exuda libertad y desenfado por todos lados, ya sea por su "desestructurado" guión, que comienza como una especie de drama psicológico post-accidente para ir avanzando en el profundo pero sencillo drama existencial, como por la dirección, tan contemplativa y pausada como audaz e incontrolable. Y ya ni hablar del tono, a veces melancólico, a veces absurdo, pero siempre bajo el alero de la normalidad y lo cotidiano como marcado y "anti-natural" contraste a la extrañeza inherente de los hechos posteriores, comunes y corrientes pero inexplicables incluso cuando hay poco y nada que explicar. Como resultado, la película descoloca y desorienta desde el inicio hasta el final, ya no tanto por no saber del todo qué está pasando -porque eso poco a poco se aclara, al menos en su aspecto más superficial: chica y chico viven un anti-romance muy apasionante- como porque cada momento -y por extensión, cada fotograma- es positivamente invadido por una sensación de urgencia espiritual, como si lo que estuviésemos viendo fuera lo último, el instante crucial, el clímax de la historia: todo está pasando y sin embargo ahí estamos, perdidos, pues todo lo que rodea a estos personajes, y por ende a nosotros, escapa a nuestro (su) entendimiento terrenal del mundo y de las relaciones inter-personales; más aún, tampoco es fácil asimilar a la primera el significado de las cosas, lo que nos (los) deja más a la deriva... Perdidos como cualquiera en un 32 de agosto, perdidos como cualquiera que "vive" demasiado rápido como para detenerse a pensar y sentir y vivir un viaje introspectivo, perdidos como cualquiera estaría en una historia llena de magia... Aclaro, no de esa magia que hace levitar cigarros o sacar conejos de los sombreros, sino de esa bella magia de encontrar la felicidad, de estar con ese alguien especial, de sentirse embargado por la inefable sensación que causa una mirada, una sonrisa o la sola compañía de esa persona. Villeneuve acierta magníficamente al expresar esa magia de manera contenida, dejando que la misma situación y sus elementos -los personajes, principalmente- dejen escapar retazos de fantasía, y no recurriendo a artificios baratos y pueriles que no lograrían representar el vasto universo emocional/espiritual de fondo; acá, esa pulsión interior es la que le insufla magia a la imagen y las escenas, y no al revés. Por lo mismo, la película fluye sin problema alguno.
  Por lo demás, ésta es la historia de dos personajes perdidos en la vida, quizás demasiado plana y gris, demasiado normal para lo que ellos representan y sueñan para sí mismos. Es natural, por lo tanto, que también se pierdan en ese torrente mágico que ellos mismos propician, pero de eso se trata todo: de encontrar el camino, encontrar la verdad, encontrar ese algo y esa persona. Es, como dije en un momento, un drama existencial más que romántico, pues la cosa no va de amores obstaculizados sino de vidas incompletas y/o vacías que deben encontrar el sentido extraviado o tontamente rechazado tiempo atrás. "Un 32 août sur terre" no es una película fácil ni simplona, tampoco es una película conceptualmente compleja y aislada; es, más bien, una película atípica y diferente: única en sus formas y en su fondo. No le busquen una explicación ni nada por el estilo, pues la cinta huye de toda convención; mejor, y esto lo digo casi siempre en estos casos, déjense llevar.
  Estoy seguro que esta película no es como nada que hayan visto antes o nada que se vaya a ver después. Encantadora, fascinante, mágica y memorable, se las recomiendo sin pensarlo dos veces.

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